
Recuerdo la época en la que internet era libre. Pero hoy ya no lo es. Sólo te hacen creer que es libre y que lo que haces pasa desapercibido por el mundo. Pero pasamos de temerle a los virus a temer del hecho de dar click en casi cualquier lugar debido a que no sabemos lo que estamos aceptando por muy bien que leamos.
Antes era un poco más simple, tenías o no tenías virus, estabas o no estabas infectado. Hoy hay un sinnúmero de categorías por las que puedes pasar y ninguna de ellas pareciera llevar a nada bueno; Phishing, ransomware, spyware, manipulación algorítmica, bots, deep web, metadatos, censura algorítmica, I.A., etc Tantos que con dificultad podrías saber qué es lo que te está afectando. Y más allá de todo este problema está la publicidad, la cual ha invadido cada rincón de la red, al punto que una simple búsqueda ya se convierte en una declaratoria de compra para la venta de tus datos al mejor postor, para que invadan tu privacidad con la excusa de mejorar tu calidad de navegación.
La red es una prisión que se copia y se repite a si misma. Vemos los mismos videos con diferentes rostros y voces, pero los mismos a la larga. Se repiten los temas, textos, imágenes y enfoques, y aquel que se salga del esquema será tildado de extremista, de estar en contra de tal o cual tendencia socio política, sexual, racial o religiosa, pues lo que ahora nos encanta es estar pensando en qué categoría encasillamos al otro, con la simple finalidad de entender en qué lugar de la clasificación se encuentra, no vaya a ser que le hablemos a alguien que no se lo merezca.
Vivimos por y para el algoritmo. Comparamos nuestros gustos y preferencias con las de otros miles de millones de personas para saber qué es lo que no tenemos y qué es eso de lo que carecemos según la tendencia de moda, pues todo es una tendencia; la política, la fe, los libros, las películas, el amor, la violencia, la paz, la vida y la muerte. Todo hace parte de la tendencia que impulsa la maquinaria descomunal de ventas que invade hasta los rincones más profundos del alma.
Lo que queda de internet, son los usuarios deshilachados en hélices de angustia extrema al saber que la única cosa que les queda por hacer es seguir navegando hacia ese lugar al que jamás llegarán, pues en el océano infinito de la red, no hay puerto seguro, más allá de las playas de guerra y desasosiego que nos hemos inventado en la carrera hacia nuestra propia libertad de expresión, libertad de la cual no queda nada… nada más que un par de palabras que nadie entiende, palabras que nadie lee, pues no son tendencia.